café con neurosis
Lecciones de dignidad
Vaya mi más profunda admiración a los cuatros fiscales de Sala que en tiempos de peloteo e indecencias han dado una lección de dignidad
Burocracia hasta la muerte
Y, además, la traición
No hay que haber vivido a mediados del siglo pasado en la racista Alabama para saber que, de vez en cuando, una mujer negra, humilde, es capaz de negarse a abandonar su asiento en el autobús y cederlo a otro ejemplar de la misma especie, ... que se cree superior por tener blanco el color de la piel.
A lo largo de nuestra vida, no es que no nos lleguen noticias sobre gestos de dignidad, sino que suceden a nuestro lado, en la empresa en la que trabajamos, en el entorno en el que vivimos, o en nuestra propia familia. Y esos gestos de dignidad, ese orgullo de no permitir el pisoteo de la honorabilidad por parte de un autoritario, o de un soberbio que cree que los demás carecen de decoro para ellos mismos, son para mí tan estimulantes, tan incentivadores, que me basta recordarlos durante media docena de segundos para evitar que yo inicie el movimiento de genuflexión ante el poder o ante la aparente generosidad interesada.
Ocurre, sin embargo, que en cuanto te asomas al exterior, los gestos de indignidad son tan abundantes y notorios que algunas mañanas te preguntas si a los ciudadanos dignos los detienen en inmensas redadas y los han encarcelado. O es un rector que acude servil y palaciego a recibir instrucciones de la esposa de un político, o es una pandilla de ministros los que, formando un coro de ovejas sumisas, alaban a los ñangotados rectores que acuden a ser cómplices de las recomendaciones de los poderosos. O un fiscal general del Estado que se transforma, con su dócil acatamiento, en fiscal general del Gobierno; o un rebaño de diputados que votan leyes injustas para que los sinvergüenzas que han malversado el dinero de los contribuyentes salgan de la cárcel y puedan seguir haciéndolo.
Menos mal que, por muy malos tiempos que corran, de repente aparece una Rosa Parks, o cuatro, que se niegan a ceder algo tan importante como la propia dignidad, y los cuatro fiscales, que actuaron con rigurosa decencia en el intento de golpe de Estado de los secesionistas catalanes, mantienen su criterio pese a las intimidaciones y amenazas, y se niegan a ceder el asiento, porque quieren conservar esa dignidad personal que el rebaño de comparsas y lameculos ya ha perdido.
Vaya mi más profunda admiración a los cuatros fiscales de Sala, Javier Zaragoza, Consuelo Madrigal, Fidel Cadena y Jaime Moreno, que en tiempos de peloteo e indecencias han dado una lección de dignidad. Decía Antoine de Saint-Exupéry que «la dignidad del individuo consiste en no ser reducido al vasallaje por la largueza de otros». Gracias, de una manera incluso personal. Porque me bastará el recuerdo de su decoro para evitar que, en cualquier momento, incline la cerviz y no pueda seguir luchando para poder parecerme a ellos.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete